La adaptación que nuestros ojos han de hacer para funcionar correctamente durante el día o en ambientes iluminados es totalmente diferente a la que tiene que realizar por la noche o en espacios más oscuros. En el primer caso, se habla de visión diurna o fotópica y, en el segundo, de visión nocturna o escotópica.
En la época de otoño e invierno, cuando los días son más cortos, anochece antes y nos enfrentamos a un número mayor de horas de visión nocturna, debemos tener en cuenta que el proceso ideal de transición para que nuestros ojos se adapten de manera adecuada ronda los treinta minutos. Por eso es tan habitual que en estos ambientes con una menor iluminación natural podamos notar ciertas molestias oculares o deslumbramientos al mirar las luces de forma brusca. Es decir, si nos encontramos en un espacio nocturno menos iluminado y pasamos a mirar directamente hacia una zona con mucha luz, este proceso de adaptación se acorta abruptamente en lugar de producirse gradualmente.
Cuando nuestros ojos tienen que enfrentarse a la oscuridad se producen varios efectos:
Las pupilas se abren tanto como pueden y, a través de esta extensión, el ojo recoge toda la luz posible pero también recoge aberraciones periféricas por lo que muchas personas son más sensibles a ver halos o destellos en puntos de luz.
Se activan las células retinianas denominadas “bastones” que solo nos permiten ver en tonos grises por lo que disminuye drásticamente la visión del color activada por las células “conos”.
Por esto, el ojo humano no consigue desenvolverse con las mismas aptitudes en ambientes oscuros que iluminados de manera natural teniendo, de hecho, una visión nocturna más pobre que la de muchos animales.
También tenemos que enfrentarnos a que determinadas zonas dentro de nuestro campo de visión se nos presenten menos claras y a cierta pérdida de agudeza visual o capacidad de visualizar imágenes sin un buen contraste.
Cuando estos efectos se agravan, podemos llegar a hablar de “nictalopía” o “ceguera nocturna”, dificultad total o parcial profunda que tienen muchas personas para ver en la oscuridad. Esto significa que su visión es considerablemente peor en ambientes poco iluminados sin llegar a ser una persona ciega. Esta dificultad se puede ver agravada en casos de sufrir disfunciones como la miopía o patologías oculares como las cataratas, glaucoma, retinopatía diabética, retinosis pigmentaria o queratocono.
Estas son algunas de las razones que explican que podamos experimentar situaciones cotidianas de forma diferente a causa de que nuestra visión cambia del día a la noche ya que, por ejemplo, alguien puede desarrollar dificultades visuales para conducir de noche y no tenerlas para hacerlo de día.
La capacidad visual nocturna de un conductor se puede reducir hasta un 70% y el sentido de la profundidad puede ser hasta siete veces menos eficaz. Además, en el caso de la conducción, esta reducción visual se puede ver agravada a medida que la velocidad del vehículo aumenta, haciendo más probable que la aparición de destellos o deslumbramientos incidan negativamente en esta actividad, incrementando la posibilidad de sufrir accidentes debido a una deficiente visión.
Por otra parte debemos incidir en que, a la hora de ver la televisión, utilizar pantallas de sobremesa o dispositivos digitales en horas nocturnas con falta de iluminación natural, no debemos exponernos directamente a ellas a oscuras total, ya que el esfuerzo visual será mucho mayor y estaremos más expuestos a la aparición de la fatiga visual o síntomas derivados como cefaleas o visión borrosa, entre otros. En este sentido, es fundamental contar con, al menos, una leve iluminación ambiente frente a espacios totalmente a oscuras.
Además, hay condiciones biológicas que provocan en la inmensa mayoría de la población una cierta dificultad visual de noche. Si observamos un objeto lejano con suficiente luz, nuestro ojo no necesita enfocar, sin embargo, si la iluminación es menor, se activa automáticamente en los ojos una sobreacomodación o sobreenfoque del cristalino para visualizar los objetos. Esta acción innecesaria, miopiza los ojos, haciendo que el enfoque falle, apuntando a una distancia errónea y, por tanto, produciendo una leve borrosidad que se conoce como un tipo de miopía: la miopía nocturna, muy común entre la población.
Normalmente, este tipo de anomalías visuales relacionadas con la falta de luz son más difíciles de detectar, ya que, en muchos casos, los exámenes visuales no se realizan con poca iluminación. Por este motivo, si nos percatamos de alguna dificultad visual o molestia ocular que coincide con estar expuestos a ambientes oscuros o poco iluminados, es aconsejable acudir e informar al óptico-optometrista, que puede notificar posibles problemas relacionados que incidan directamente en la capacidad de ver en ambientes nocturnos, y ofrecernos las claves, consejos y productos ópticos ideales para su compensación.
Jorge L. Maguilla Aguilar
Óptico-Optometrista
Colegiado COOOA 3.337
La informacion procede de la iniciativa TuOptometrista.com
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